Cuando las masacres, homicidios y los masivos desplazamientos de cientos de familias formaban parte del cotidiano escenario de violencia que padeció Urabá en las décadas de los 80 y 90, las mujeres aportaron la mayor cuota de sufrimiento, desolación y abandono. Mientras sus maridos eran asesinados o debían huir de la región, un sinnúmero de mujeres tuvieron que reinventar sus vidas. En su mayoría analfabetas y cargando racimos de hijos sobre sus espaldas, supieron escapar de la parálisis del horror y desconstruir el dolor para salir a ganarse la vida en lo que fuera, demostrando su capacidad de resiliencia y de tenacidad ante la adversidad.