En mayo del 2012, mes en el que entró en aplicación el TLC con Estados Unidos, alguien, en tono insidioso, me preguntó: “¿Senador, y no hay nada bueno para Colombia en ese Tratado?”. “Sí –le dije–. Que por fin va a establecerse quiénes estaban diciendo mentiras, si los que afirmaron que con él correrían ríos de leche y miel para los colombianos o quienes, con pruebas en la mano, advertimos que sufriríamos pérdidas enormes”.