16
Noviembre
2016
Uruguay | Sociedad | DDHH | MEMORIA

Sangre libertaria

En Montevideo, Daniel Gatti
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Soledad Barrett     

Soledad Barrett Viedma fue una joven paraguaya con activa trayectoria militante en su país, Brasil, Argentina y Uruguay asesinada en las cercanías de Recife en 1973. Una asociación uruguaya realizó una serie de actividades para “rescatarla del olvido”.
Nacida en 1945 en Asunción en una familia de fuerte raigambre anarquista, Soledad se acostumbró desde niña a los cambios, las mudanzas, el trasiego de país en país: de Paraguay a Argentina, de Argentina a Uruguay, de Uruguay a Cuba, de Cuba a Brasil.

En todos ellos dejó “la marca dulce de su pisada”, como cantara el uruguayo Daniel Viglietti en “Soledad”, un tema que le dedicara poco después de su muerte.

Su abuelo Rafael Barrett y su padre Alejandro le habían enseñado el camino de la rebelión, “le tocara vivir donde le tocara vivir y comprometiéndose siempre”, según se dijo en las jornadas montevideanas.

Soledad era incapaz de huir de los genes revolucionarios de su abuelo y de su padre”, la había recordado tiempo antes su hermana Nanni.

Genes anarcos
Un mundo ancho y propio
El abuelo Rafael la precedió en su derrotero. Su compromiso libertario, plasmado sobre todo en sus escritos, le habían valido un destierro en Brasil, y después el exilio, primero en Argentina y luego en Asunción, con un breve paso por Uruguay.

El dolor paraguayo”, uno de sus libros fundamentales, retrata los padecimientos de los trabajadores de la yerba mate. Nanni dice que influyó decisivamente en la formación de su hermana.

Fue en Asunción, siendo apenas adolescente, que la inquieta Soledad incursionó por primera vez en la militancia social y política, y fue en Uruguay, poco después, que comenzó a pagarlo en carne propia.

Tenía apenas 17 años cuando en 1962 un grupo de neonazis la secuestró en Montevideo. Quisieron obligarla a gritar “Viva Hitler” y gritó “Muera Hitler”. Quisieron obligarla a gritar “Muera Fidel Castro” y gritó “Viva Fidel”. En represalias, le tallaron a navajazos una cruz gamada en los muslos, antes de abandonarla en plena calle, todavía encapuchada.

En 1966 se va a Brasil, y al año siguiente a Cuba, junto a José María Ferreira de Araujo, que había participado en un movimiento de marinos contra el golpe de Estado que derrocó al presidente João Goulart, en 1964 en Brasil. En La Habana nace la hija de la pareja, Ñasaindy.

Ferreira, militante de la organización Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), decide volver a su país en 1970 a organizar la lucha armada contra la dictadura, y a preparar el terreno para el retorno del que por entonces era considerado una leyenda de la resistencia, José Anselmo dos Santos, “El cabo Anselmo”, líder de la rebelión de los marinos.  

Ingresa a Brasil en junio de 1970. Tres meses después se pierde su rastro.

La caída
Traicionada por un “doblado”
Sin noticias de su pareja, Soledad parte a Brasil a buscarlo. Remueve cielo y tierra, mientras milita en la VPR. Sus compañeros sabrán finalmente que José María había sido secuestrado, torturado y asesinado en setiembre de 1970, a poco de su regreso desde Cuba.

En mayo de 1971 sería detenido por la policía política brasileña el “cabo Anselmo”. Sorprende a todos que lo liberen, pero sobre él no hay sospechas. Es un duro, se dice en los círculos militantes.

El antiguo marino se convertiría después en pareja de Soledad Barrett, que en 1973, al caer, llevaba un hijo de él.

La VPR había tenido su auge hacia fines de los sesenta, con la incorporación de exmilitares como el capitán Carlos Lamarca, pero las divisiones internas, las infiltraciones y la represión la fueron minando.

El golpe de gracia le vino de adentro, a partir de uno de los mayores delatores de la historia de la guerrilla brasileña: el Cabo Anselmo. Los datos comunicados al DOPS (el siniestro Departamento de Orden Público de la dictadura) por la antigua “leyenda de la resistencia” condujeron a la muerte de su último líder José Raimundo da Costa y de muchos otros militantes.

El 8 de enero de 1973 seis de los antiguos integrantes de la VPR aparecen muertos en un lugar conocido como “Chácara de São Bento”, cerca de Recife, en el nordeste del país.

La versión oficial del gobierno de la época afirma que murieron en un “duro enfrentamiento armado” y señala que uno de los “terroristas” logró escapar. Los seis asesinados son Pauline Reichstul, Eudaldo Gómez da Silva, Jarbas Pereira Márquez, José Manoel da Silva, Evaldo Luiz Ferreira y Soledad Barrett. Y el asombrosamente fugado es José Anselmo dos Santos.

Recién 23 años después del múltiple asesinato se podría restablecer la verdad, a través de las investigaciones de la Comisión Especial de Reconocimiento de los Muertos y Desaparecidos Políticos, creada en 1996.

Se supo entonces que uno de los seis militantes asesinados, Jarbas Pereira Marques, había sido detenido la noche anterior al supuesto “enfrentamiento” y que los otros lo habían sido en sus lugares de trabajo.

Soledad Barrett, embarazada de varios meses, fue secuestrada por cinco esbirros en la boutique en que trabajaba junto a su compañera Pauline Reichstul.

Una testigo, empleada de la tienda, relató que la militante paraguaya, mirando a uno de los secuestradores, no paraba de preguntarle mientras era llevada hacia un auto: “¿por qué, por qué?” Cuando le mostraron fotografías la mujer lo reconoció: el “caboAnselmo”.

Una abogada que pudo colarse en el depósito de cadáveres del cementerio de Santo Amaro y vio los cuerpos testimonió lo siguiente: “Pauline estaba desnuda, tenía una perforación en el hombro y parecía haber sido muy torturada. Jarbas tenía perforaciones en la cabeza y en el pecho y marcas de cuerdas en el cuello. Soledad, también desnuda, tenía a su alrededor mucha sangre y a sus pies un feto”.

Dos Santos, sabiéndose expuesto y quizá descubierto, cambió su identidad, se hizo una cirugía estética y se mantuvo clandestino y en silencio durante más de tres décadas. Reapareció en 2008, para justificarse y decir que no se arrepentía de nada y que había contribuido a “salvar a Brasil del comunismo”. Pocos salieron en su defensa.

Nadie sabe a ciencia cierta si el cabo Anselmo fue desde siempre un infiltrado o si se convirtió en delator después de ser detenido, en 1971.

Lo más probable, afirman algunos de los exmilitantes de la VPR, es que haya sido lo último: que Dos Santos fuera uno de esos “doblados” que el investigador argentino Ricardo Ragendorfer retrata en su último libro1.

Dice Ragendorfer que “doblar” era el nombre que los militares argentinos daban al acto de convertir a un militante en un agente. Los doblados pasaban a ser activos colaboradores y participaban en operativos. Para sus patrones, eran un bien preciado y a proteger y ellos se reconocían conscientes de sus actos.

“¿Qué era lo que los había decidido a convertirse en infiltrados en las organizaciones armadas a las cuales ellos habían pertenecido? Motivos diversos. Dinero, razones ideológicas. No hay un patrón común. Eso es lo desconcertante de esa arista de la personalidad humana”, cuenta el investigador en una entrevista.2

El rescate
Homenaje y después
Difícil que a un “doblado” alguien lo “rescate”.

“¿Qué es rescatar? Traer al presente aquello que se omite. Que se oculta exprofeso. O que se desconoce. Que se invisibiliza. Traer al hoy aquello que va camino al olvido. Traerlo para hacerlo más pleno”.

En esa definición de rescate se enmarcan las iniciativas que anualmente realiza la organización uruguaya Plenaria Memoria y Justicia.

La homenajeada, esta vez, fue Soledad Barrett.

A lo largo de una semana, entre fines de octubre y el 5 de noviembre, el grupo realizó un encuentro en el Sindicato de Artes Gráficas y la pintada de un mural y una marcha con antorchas por las calles del barrio Reducto, donde la joven paraguaya tuvo su última casa en Montevideo.

Durante la marcha y la pintada del mural charlaron con vecinos que recordaban a “la paraguaya” y otros que habían oído hablar de ella.

Ñasaindy, la hija de Soledad y de José María Ferreira, llegada especialmente desde Brasil, colocó una baldosa en plena calle en la que se podía leer, bajo el rostro dibujado de su madre: “En este barrio vivió y luchó Soledad Barrett Viedma, compañera, solidaria, internacionalista, revolucionaria”. A un costado de la baldosa, junto a un árbol, Ñasaindy plantó un anturio blanco.

Natalia, sobrina uruguaya de Soledad, militante de Plenaria Memoria y Justicia, leyó un texto que había escrito sobre su tía.

El mural fue dañado y vuelto a pintar. Por los propios vecinos.

1. “Los doblados. Las infiltraciones del Batallón 601 en la guerrilla argentina” (Sudamericana, 2016).
2. Semanario Brecha, Montevideo, 11-11-2016.