23
Febrero
2017
Efecto Trump
Los trabajadores ante la división de la clase dominante
Raúl Zibechi
Ilustración: Boligan | Cartonclub
El triunfo de Donald Trump evidencia las enormes dificultades que atraviesan las elites del mundo, a la vez que supone un enorme desafío para los sectores populares y los trabajadores. Sin embargo, la realidad del gobierno Trump aparece oscurecida por un potente vocerío que emiten los medios del sistema, que junto a las grandes multinacionales, el capital financiero y Wall Street se muestran indignados con el nuevo presidente.
Algo está confundido cuando tantos y tan variados actores, desde los mencionados hasta el presidente de México, Enrique Peña Nieto, pasando por la mayoría de los movimientos sociales, atacan en una misma dirección, ya que es evidente que unos y otros perseguimos objetivos diferentes.
Para empezar, habría que hacer dos apreciaciones simultáneas: Trump es un ultraderechista que lleva adelante una dura política contra los derechos de los trabajadores, los negros, los inmigrantes y las mujeres.
De inmediato habría que añadir que estos aspectos no se diferencian del presidente anterior, Barack Obama, ni de la candidata demócrata en las pasadas elecciones Hillary Clinton.
Ambos, Obama y Clinton, fueron responsables de la masacre de la Primavera Árabe, de la criminal guerra en Siria, de la invasión y destrucción de Libia, de los más duros bombardeos contra el pueblo palestino.
En América Latina fueron cómplices de los golpes de Estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012) y de la ilegítima destitución de Dilma Rousseff en Brasil (2016). Entonces, ¿por qué una parte del establishment promueve un enfrentamiento tan fuerte contra Trump?
Lo primero es recordar que la clase dominante atraviesa una profunda división. El sector que respalda a Trump se apoya en las grandes petroleras, en las fuerzas armadas y en sectores desplazados por la globalización.
El otro sector se apoya en las tecnologías de punta (energías renovables, computación, cuarta revolución industrial), en sectores como Silicon Valley, sede de la ciberindustria, pero también en la gran banca vinculada a Wall Street.
Cortando muy grueso, se puede decir que los partidarios de Trump se apoyan en los sectores “tradicionales” y sus oponentes en los más “modernos” de la acumulación capitalista.
El segundo punto es que la división se manifiesta también en la política internacional.
Mientras Obama y los neoconservadores trabajan para derribar a Vladimir Putin -a quien consideran un nuevo Hitler como dijo Hillary (Wahington Post, 5 de marzo de 2014)-, los partidarios de Trump pretenden hacer las paces con Rusia para focalizarse en contener a China, país al que consideran su enemigo estratégico.
Los puntos de contacto Trump-Putin pasan al parecer por la industria petrolera, ya que Moscú es, junto a Arabia Saudí, el primer productor mundial de petróleo, alianza que supone petardear las energías solar y eólica, así como los coches eléctricos, en aras del fracking y la extracción de hidrocarburos.
En paralelo, el sector financiero y las multinacionales más vinculadas a las nuevas tecnologías tienen interés en desarrollar energías alternativas al petróleo, con la excusa del cambio climático (que siendo cierto, es utilizado como coartada para sus negocios con las energías limpias).
Para empezar, habría que hacer dos apreciaciones simultáneas: Trump es un ultraderechista que lleva adelante una dura política contra los derechos de los trabajadores, los negros, los inmigrantes y las mujeres.
De inmediato habría que añadir que estos aspectos no se diferencian del presidente anterior, Barack Obama, ni de la candidata demócrata en las pasadas elecciones Hillary Clinton.
Ambos, Obama y Clinton, fueron responsables de la masacre de la Primavera Árabe, de la criminal guerra en Siria, de la invasión y destrucción de Libia, de los más duros bombardeos contra el pueblo palestino.
En América Latina fueron cómplices de los golpes de Estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012) y de la ilegítima destitución de Dilma Rousseff en Brasil (2016). Entonces, ¿por qué una parte del establishment promueve un enfrentamiento tan fuerte contra Trump?
Lo primero es recordar que la clase dominante atraviesa una profunda división. El sector que respalda a Trump se apoya en las grandes petroleras, en las fuerzas armadas y en sectores desplazados por la globalización.
El otro sector se apoya en las tecnologías de punta (energías renovables, computación, cuarta revolución industrial), en sectores como Silicon Valley, sede de la ciberindustria, pero también en la gran banca vinculada a Wall Street.
Cortando muy grueso, se puede decir que los partidarios de Trump se apoyan en los sectores “tradicionales” y sus oponentes en los más “modernos” de la acumulación capitalista.
El segundo punto es que la división se manifiesta también en la política internacional.
Mientras Obama y los neoconservadores trabajan para derribar a Vladimir Putin -a quien consideran un nuevo Hitler como dijo Hillary (Wahington Post, 5 de marzo de 2014)-, los partidarios de Trump pretenden hacer las paces con Rusia para focalizarse en contener a China, país al que consideran su enemigo estratégico.
Los puntos de contacto Trump-Putin pasan al parecer por la industria petrolera, ya que Moscú es, junto a Arabia Saudí, el primer productor mundial de petróleo, alianza que supone petardear las energías solar y eólica, así como los coches eléctricos, en aras del fracking y la extracción de hidrocarburos.
En paralelo, el sector financiero y las multinacionales más vinculadas a las nuevas tecnologías tienen interés en desarrollar energías alternativas al petróleo, con la excusa del cambio climático (que siendo cierto, es utilizado como coartada para sus negocios con las energías limpias).
Más similitudes que diferencias
Los une la clase
Pese a las notables diferencias, hay puntos fuera de discusión. Ambos sectores cierran filas con Israel, ambos apuestan al complejo industrial-militar, fuente de jugosas ganancias, y no pestañean a la hora de apostar la supremacía de la superpotencia a la carta militar, o sea a una cada vez menos hipotética guerra nuclear.
Tampoco difieren mayormente respecto al muro fronterizo con México, cuya construcción comenzó hace casi dos décadas, fue delineado por el ex presidente Bill Clinton y ejecutado en su tercera parte por George W. Bush.
La tercera cuestión a tener en cuenta, y esta nos involucra de lleno, es que ninguno de los sectores de la clase dominante es afín a los trabajadores.
Trump promete defender el empleo industrial, ya que la industria naufraga por la apertura de grandes plantas en Asia y sobre todo en China, por parte de las multinacionales que se benefician de bajos salarios y escasas reglas ambientales.
En ese empeño ataca a los migrantes, pero también a la población negra y latina, y de modo muy particular a las mujeres.
Hillary y Obama decían defender a los afros y a las mujeres, pero bajo el mandato del segundo crecieron de modo exponencial las muertes de negros a manos de la policía, mientras el discurso de la ex primera dama a favor de su género está dirigido a una elite de mujeres cooptadas en cargos gubernamentales y ONG.
Los dos sectores de la clase dominante emiten discursos dirigidos a construirse una base de apoyo en sectores sociales diferentes, pero son apenas discursos que no reflejan sus políticas reales.
Al parecer, las elites comprendieron que deben levantar muros entre explotados y oprimidos, o sea entre la clase obrera tradicional y los nuevos movimientos sociales.
Este es el punto central, ya que es el único en el cual podemos trabajar, reconociendo los errores cometidos.
Tampoco difieren mayormente respecto al muro fronterizo con México, cuya construcción comenzó hace casi dos décadas, fue delineado por el ex presidente Bill Clinton y ejecutado en su tercera parte por George W. Bush.
La tercera cuestión a tener en cuenta, y esta nos involucra de lleno, es que ninguno de los sectores de la clase dominante es afín a los trabajadores.
Trump promete defender el empleo industrial, ya que la industria naufraga por la apertura de grandes plantas en Asia y sobre todo en China, por parte de las multinacionales que se benefician de bajos salarios y escasas reglas ambientales.
En ese empeño ataca a los migrantes, pero también a la población negra y latina, y de modo muy particular a las mujeres.
Hillary y Obama decían defender a los afros y a las mujeres, pero bajo el mandato del segundo crecieron de modo exponencial las muertes de negros a manos de la policía, mientras el discurso de la ex primera dama a favor de su género está dirigido a una elite de mujeres cooptadas en cargos gubernamentales y ONG.
Los dos sectores de la clase dominante emiten discursos dirigidos a construirse una base de apoyo en sectores sociales diferentes, pero son apenas discursos que no reflejan sus políticas reales.
Al parecer, las elites comprendieron que deben levantar muros entre explotados y oprimidos, o sea entre la clase obrera tradicional y los nuevos movimientos sociales.
Este es el punto central, ya que es el único en el cual podemos trabajar, reconociendo los errores cometidos.
Aprender de los errores
Cerrar las grietas en la izquierda
La vieja izquierda siempre afirmó que la columna vertebral de los cambios son los obreros y que las “minorías” debían esperar el triunfo proletario para que sus derechos fueran contemplados.
La nueva izquierda enfatizó en las demandas de género y étnicas, en una suerte de corporativismo simétricamente opuesto, desentendiéndose de las luchas obreras.
Tal vez sea el momento de comprender que por esa ventana sectaria que dejamos abierta se fue colando la astucia de las elites para dividirnos. Cerrar las grietas implica reconocer que no hay opresiones más o menos importantes.
Que todas las luchas son igualmente decisivas y que debemos desterrar la jerarquización de demandas y de sectores sociales.
La clase trabajadora es muy diversa, tiene varios géneros y muchos colores, cuenta con tantas culturas como el arcoíris y necesita desplegar toda su pluralidad y complejidad para adquirir la energía que le permita ser sujeto de los cambios y de un mundo nuevo.
La nueva izquierda enfatizó en las demandas de género y étnicas, en una suerte de corporativismo simétricamente opuesto, desentendiéndose de las luchas obreras.
Tal vez sea el momento de comprender que por esa ventana sectaria que dejamos abierta se fue colando la astucia de las elites para dividirnos. Cerrar las grietas implica reconocer que no hay opresiones más o menos importantes.
Que todas las luchas son igualmente decisivas y que debemos desterrar la jerarquización de demandas y de sectores sociales.
La clase trabajadora es muy diversa, tiene varios géneros y muchos colores, cuenta con tantas culturas como el arcoíris y necesita desplegar toda su pluralidad y complejidad para adquirir la energía que le permita ser sujeto de los cambios y de un mundo nuevo.