28
Abril
2017
Francia | Sociedad | ANÁLISIS | POLÍTICA

Francia y la socialdemocracia

Manuel Bonmati
20170428 bonmati960

Foto: Gerardo Iglesias

Manuel Bonmati, compañero y amigo, fue secretario de Política Internacional de la UGT de España. En esta nota, la primera que escribe tras su retiro, este militante sindical y del PSOE de larga data, ajusta cuentas con quienes hablan ahora en Europa en nombre de la socialdemocracia.
Con los resultados de las elecciones francesas me quedé bloqueado pensando en los programas, alternativas y propuestas que durante muchas décadas a través de derechos económicos, sociales y políticos y una distinta correlación de fuerzas, el movimiento obrero y el socialismo democrático conseguimos conquistas para los trabajadores y las trabajadoras así como para el conjunto de la ciudadanía en Europa.

Hoy, y en términos generales, desde parte de la socialdemocracia no se quieren compromisos genuinamente socialdemócratas.

Un grupo importante de liberales que no entienden ni les interesa entender los valores reales del socialismo tienen secuestrado a los partidos socialistas en casi toda Europa y así nos va: desde un discurso supuestamente progresista, en la acción concreta del ejercicio del poder, coinciden más con los partidos conservadores y con los intereses de las clases dominantes.

Por eso ganan siempre los intereses personales y colectivos de los aparatos y de los que tienen asegurado sus cargos públicos.

Nos tienen que preocupar y mucho, los resultados electorales del socialismo en Francia, Holanda, Austria, Italia y el conjunto de los países de la Europa del Este.

Ahondando más en esta cuestión, el Partido Socialista francés ha pagado el precio de las decisiones tomadas por el gobierno Hollande-Valls contra los derechos de la clase trabajadora francesa.

Los medios de comunicación han ninguneado al candidato socialista Benoit Hamon con una campaña indecente pero esperada.

Y no sólo los medios, también un sector numeroso del aparato del Partido Socialista francés le ha hecho un vacío, y cualificados dirigentes socialistas han pedido públicamente el voto para el liberal Emmanuel Macron.

Con Hamon, vencedor en las primarias frente a Manuel Valls (este último candidato oficialista del partido) se ha constatado una vez más que cuando no controlan lo que creen conveniente a sus intereses, violentan las decisiones de la militancia tomadas democráticamente.

Dar batalla en la sociedad y en nuestros partidos
Que su victoria no sea nuestra derrota
Quien paga el precio de todo esto es en primer lugar el partido como instrumento de transformación y cambio, y en segundo lugar, los afiliados y militantes que ven cómo se les escapa de las manos unos partidos que hasta hace poco eran la referencia de la lucha de los trabajadores y las trabajadoras y de sus conquistas.

Hay que neutralizarlos, por representar intereses ajenos al socialismo y que terminarán por liquidar a nuestros partidos, jugando el juego sucio a la derecha y a los grupos dominantes que sólo quieren una cosa de nosotros: debilitarnos hasta que no seamos un problema o directamente desaparezcamos.

Hay que dar la batalla en la sociedad y en nuestros partidos. No hay otro camino si no queremos que su victoria sea nuestra derrota.

Debemos recuperarlos para lo que nacieron: defender y construir el socialismo democrático y recuperar los partidos socialistas para esos objetivos, porque si no es así nada tiene sentido.

Dicho todo esto, en el compromiso con el socialismo democrático hay en Europa cientos de miles de militantes socialistas honestos y comprometidos con sus partidos, que no se han aprovechado de sus cargos de responsabilidad, que han vuelto a sus trabajos cuando han terminado sus responsabilidades de representación, que han hecho avanzar a la sociedad y profundizar en los derechos de los trabajadores y las trabajadoras, que son ejemplo de militancia y de compromiso socialista.

Sólo son ellas y ellos los imprescindibles, sólo ellas y ellos deben ser nuestras referencias para el compromiso de hoy y de mañana.

¡Estoy cabreado, pero qué muy, muy cabreado!