18
Mayo
2017
Brasil | Sindicatos | ANÁLISIS

Más allá del “luche y vuelve”

Raúl Zibechi
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Foto: cebi.org.br

El fin del ciclo progresista abre un período de incertidumbres económicas e inestabilidad política. La primera porque, fracasado el modelo exportación de commodities, no aparecen en el horizonte alternativas económicas hacia un modelo diferente. La segunda, por la polarización de una sociedad atravesada por la confrontación entre las clases medias urbanas, que iniciaron un giro conservador, y los sectores populares de la ciudad y el campo que defienden sus derechos.
El imponente paro general del 28 de abril mostró por lo menos dos cuestiones centrales.

Por un lado, el aislamiento del gobierno de Michel Temer, provocado por la impopularidad de las reformas laboral y previsional, y por una situación económica que no acaba de tocar fondo.

En paralelo, se observa la reanimación del campo popular, que fue capaz de paralizar buena parte del país, algo que no se había visto en décadas.

“Fue ciertamente la mayor huelga general en la historia del país. Es obvio que el sector de transportes fue determinante, pero alcanzó fábricas, bancos, comercios, todos los estados”, dijo Paulo Pasin, presidente de la Federación Nacional de Metroviarios (Correio da Cidadania, 2 de mayo de 2017).

“Las bases sindicales tenían claridad total de las reformas laborales y previsionales. Ellas impusieron a las centrales la dinámica de la huelga, no fueron las centrales las responsables de la paralización”,
Algunos números permiten comprender las razones por las cuales 35 millones de trabajadores hicieron huelga.

La desocupación trepó hasta más de 14 millones de desempleados, el 13,7 por ciento de la población activa. Tanto la cantidad de trabajadores ocupados como los que tienen empleo fijo (33 sobre 89 millones), son los más bajos en los registros de la encuesta nacional domiciliaria.

El salario real viene perdiendo pie frente a la inflación. La popularidad del gobierno Temer es menor aún que la que tuvo Dilma Rousseff en la última etapa de su mandato, y oscila entre el 5 y el 9 por ciento.

Sin embargo, el paro del 28 de abril tuvo otras facetas menos visibles que, en gran medida, explican el éxito de la jornada.

Nuevos sujetos sociales
Mujeres, negros, estudiantes, madres
La primera es la aparición de nuevos sujetos colectivos: mujeres que se movilizan contra la violencia machista, negros y negras de las periferias urbanas que crean un nuevo movimiento, estudiantes de secundaria que ocuparon miles de colegios en el último año desafiando la reforma educativa, además de los grupos de madres contra la violencia policial, de abogados activistas, colectivos de arte y media-activistas, entre muchos otros.

No se trata de desestimar la fuerza del movimiento sindical, sino de comprender que la clase obrera es heterogénea, integrada por diversos colores de piel, sexos y edades que viven en los más diversos barrios.

Los movimientos más activos, los sin techo, las mujeres y los grupos de favelas, no sólo participaron de la huelga sino que la prepararon en asambleas territoriales.

Enseñan los rostros múltiples de la clase obrera. Esos sectores están produciendo, como destaca la antropóloga Alana Moraes, “un nuevo ciclo de luchas” (IHUOnline, 28 de abril de 2017).

Incluso los obispos
La rebelión de los prelados
La segunda es el protagonismo de los obispos y de la Conferencia Episcopal, que difundió un comunicado a favor de la huelga.

“Es inaceptable que decisiones de tamaña incidencia en la vida de las personas y que anulan derechos ya conquistados, sea aprobada en el Congreso Nacional sin un amplio diálogo con la sociedad”, afirman los jerarcas católicos.

Un tercio de los 308 obispos se pronunciaron públicamente a favor de la huelga, una actitud de compromiso social que no es nueva pero que hacía mucho tiempo no adquiría esa masividad.

La distribución geográfica de los obispos que se comprometieron con la huelga confirma la profunda división social/racial/regional del país. La inmensa mayoría viven en las regiones más pobres, norte y nordeste.

Por el contrario, en las regiones del sur y sureste, donde vive el 60 por ciento de los brasileños (mayoría de clases medias), la adhesión de las jerarquías fue menor ya que apoyan las causas más conservadoras.

A partir de estas dos consideraciones, parece necesario llegar a algunas conclusiones que permitan avizorar los caminos de las luchas sociales en Brasil en los próximos años.

En primer lugar, debemos aprender de la historia de los trabajadores. Hacia finales de la década de 1960, en Argentina, en el seno de tremendos conflictos sociales (Rosariazo, Cordobazo y otros) comenzaron a esbozarse salidas que se resumieron en una consiga: “Luche y vuelve”.

En el imaginario obrero y popular, se fraguó la convicción de que el retorno del general Juan Perón al gobierno era la única salida a la crisis política y social.

El paso del tiempo permite ver que aquella consiga era razonable, toda vez que los gobiernos de Perón (1946-1955) habían producido importantes cambios estructurales a favor de los trabajadores.

Sin embargo, aquella notable experiencia no puede ser repetida cambiando el personaje Perón por, por ejemplo, Cristina Fernández o Lula, por dos razones básicas: sus gobiernos no generaron cambios de fondo y las gestiones que encabezaron encontraron claros límites.

La segunda es que estamos ante una sociedad profundamente dividida. La conciencia de los sectores populares ha ganado en firmeza y claridad, como lo demostraron desde las jornadas de junio de 2013 hasta el paro del 28 de abril, pasando por las ocupaciones de tres mil colegios secundarios.

Pero la conciencia de las clases medias y de la burguesía también ha mutado, adquiriendo tintes racistas y antipopulares.

Una nueva realidad social
Lejos de aquella década dorada
Un hipotético gobierno de Lula que surgiría de las urnas en 2018 se vería en la imposibilidad de repetir lo hecho desde 2003.

Ni la realidad económica ni la social permiten el retorno a una gobernabilidad asentada en políticas sociales que alivian la pobreza pero no generan cambios estructurales: reforma agraria, reforma urbana, de la renta y de la salud, como mínimo.

Estas políticas sólo se pueden implementar mediante conflictos sociales, algo que Lula se empeñó en orillar.

La principal tarea de la izquierda y del movimiento popular en el Brasil de hoy, no puede consistir en “aliviar la pobreza” ni en incluir a través del consumo, porque la experiencia dice que ese camino profundiza el modelo neoliberal-financiero.

La tarea de fondo y de largo aliento consiste en superar la herencia colonial y esclavista sobre la que se montan los de arriba para seguir explotando y oprimiendo a las mayorías.