19
Junio
2017
Con Blanca Nuri Hernández
La violencia, en todas sus formas
De la pólvora al bazuco
En Apartadó, Gerardo Iglesias
Blanca Nuri Hernández | Foto: Gerardo Iglesias
Trabajadora bananera desde 1990, Blanca fue víctima de la brutal violencia que se apoderó de la región de Urabá en las últimas dos décadas del siglo pasado. Dicho así parece lejano, pero en términos históricos fue apenas ayer, hace un ratito, cuando la principal zona bananera del país -y una de las más importantes del mundo- padeció el horror de una guerra donde la gran mayoría de los asesinados no portaba armas. Si bien los protagonistas de aquella barbarie dejaron la escena, la violencia continúa disparando desde otros ámbitos, infligiendo nuevas secuelas y relatos donde, aún, el viejo dolor impera.
Blanca Nuri Hernández comenzó a trabajar en la Finca Santillana siendo muy joven. Dos años antes, en 1998, su esposo había sido asesinado. “El era militante de la Unión Patriótica, y lo mataron junto a otro compañero en la ciudad de Medellin”, cuenta Blanca.
La Unión Patriótica (UP) surgió en 1985, luego de los acuerdos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y la guerrilla de las FARC, pero fue rápidamente exterminada. Se estima que más de 5.000 de sus integrantes fueron asesinados. La Oficina del Ombudsman cita que de los múltiples actos de violencia cometidos contra la UP entre 1985 y 1992, tan sólo en cuatro casos hubo sentencias condenatorias. Al asesinato del esposo de Blanca también se lo tragó la impunidad.
La Unión Patriótica (UP) surgió en 1985, luego de los acuerdos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y la guerrilla de las FARC, pero fue rápidamente exterminada. Se estima que más de 5.000 de sus integrantes fueron asesinados. La Oficina del Ombudsman cita que de los múltiples actos de violencia cometidos contra la UP entre 1985 y 1992, tan sólo en cuatro casos hubo sentencias condenatorias. Al asesinato del esposo de Blanca también se lo tragó la impunidad.
Sobrevivir en la tragedia
“En aquel entonces -prosigue Blanca- mi padre estaba desaparecido y un hermano menor había sido asesinado por el Ejército. Viuda, salí a buscar el sustento para mis dos hijos pequeños. Por aquellos años no era difícil para una mujer encontrar un trabajo en las bananeras”, una sonrisa indica tácitamente que hoy es diferente.
Las mujeres urabaenses, escribe Clara Elena Gómez en su libro Derechos y reveses, “o son trabajadoras de la agroindustria del banano, o esposas de un trabajador, o vinculadas indirectamente a este sector pues la mayoría de las personas que viven en la región tiene, entre sus familiares o amigos más cercanos, a alguien en el trabajo bananero”.
A poco de ingresar en la finca Blanca supo que debía afiliarse al sindicato. Con un explícito sentido de pertenencia comenta: “Las cosas han mejorado para los bananeros en los últimos años. Gracias a Sintrainagro. El sindicato anterior era muy aliado de las empresas, pero con Sintrainagro aprendimos a defendernos, a luchar por nuestros derechos”. Y agrega: “Me siento una persona diferente desde que integro el sindicato. Las jornadas de capacitación nos ayudan a valorarnos, a poder hablar y plantarnos ante los empresarios y reclamar. Aprendemos a que se nos respete”.
La violencia como legado
Sus hijos tienen 33 y 32 años. El varón es consumidor de bazuco (pasta base de cocaína). Blanca se desmorona ante la impotencia y la frustración. Llorando narra su calvario: “Mi hijo cayó en eso por un montón de problemas. Ahora tocó fondo, acepta que es consumidor y quiere salir de ese infierno. Va a necesitar ayuda, por lo menos durante los primeros meses en la etapa de desintoxicación, pero aquí no hay centros especializados”.
Ella se siente responsable, acosada por la culpa de trabajar tanto, de haberlo descuidado cuando ella estaba sola para sacar adelante a la familia. Ha tocado muchas puertas, pero las autoridades públicas se muestran ajenas, distantes, indiferentes.
Urabá fue una zona de tránsito de drogas y se ha convertido también en zona de consumo. “La droga se vende abiertamente por las calles, la llevan a domicilio. Es muy complicado todo”, enfatiza Blanca.
Al término de la jornada de capacitación en la sede del sindicato, ella pide la palabra, y más que un llamado de atención, su intervención es un grito desesperado: “Sería muy bueno que Sintrainagro se involucrara en la problemática de la droga y que la UITA ayudara a crear centros de amparo y de rehabilitación para niños y jóvenes. Hay muchos niños y adolescentes desamparados que pueden ser salvados”.
Blanca se jubila en cuatro meses. Creo saber cuál será su nuevo rol militante, desde dónde ayudar, que es la mejor forma de ayudarse.