09
Mayo
2017
Con Luis Enrique Ramírez, de la ALAL
“Hay una crisis de la conciencia de clase”
En Buenos Aires, Gerardo Iglesias
Luis Enrique Ramírez | Foto: Gerardo Iglesias
Fino analista de la situación latinoamericana, Ramírez, asesor de varias de nuestras afiliadas en Argentina y que hasta octubre permanecerá al frente de la Asociación Latinoamericana de Abogados Laboralistas (ALAL), dialogó con La Rel sobre los desafíos de mediano plazo para el movimiento obrero de la región.
-No falta trabajo para la asociación en esta época tan complicada…
-Hay un mayor trabajo es cierto. Son tiempos de crisis, donde las derechas han llegado a la mayoría de los gobiernos en América Latina y también en el mundo los intelectuales tienen un trabajo importantísimo y urgente para hacer.
Sin ir más lejos para denunciar lo que viene, que en realidad es más de lo de siempre. Le cambian los ropajes pero es lo mismo: a la flexibilidad laboral, a las desregulaciones, les pueden buscar otros nombres pero sieguen siendo lo que eran.
-No sé si hoy la gente tiene conciencia de todo lo malo que se hizo también desde las izquierdas.
-La ausencia de una autocrítica en la izquierda es algo instalado.
En lo que respecta a los gobiernos progresistas, desde mi punto de vista dejaron pasar 10 o 12 años que difícilmente se repitan. Era una época ideal, hasta por el número de países involucrados en la ola, para consolidar un estado de cosas distinto, y ahora, con muy poquito, la derecha está revirtiendo lo que se logró. Y va por más.
Ese es uno de los problemas: el de la conciencia. Los intelectuales debemos aportar análisis sobre lo que pasó, pero también, al mismo tiempo, producir un discurso de esperanza, porque si no estaríamos entregados.
Gran parte de la debilidad de muchos movimientos sociales es que se sienten derrotados, que aceptan como inevitable esto que viene. Yo me siento con ganas de luchar, a pesar de sentirme abrumado por lo que está pasando.
-La utopía y la esperanza han recibido golpes duros. Estas administraciones progresistas gobernaron en gran parte a espaldas de los movimientos sociales y en muchos países a espaldas de su propia historia.
-Sí, han sido golpes durísimos. Y es lo que estamos pagando ahora.
-Una de las cosas que debemos debatir es que se dejó de lado un principio fundamental: el de la independencia política de clase. En Brasil, en una época hacer una huelga bajo el gobierno de Lula era visto como una traición.
-En Argentina pasó lo mismo. En la nefasta época del menemismo se decía que Carlos Menem había llegado al poder bajo el escudo del peronismo y que el peronismo era el partido de la clase trabajadora en el país.
Menem arrasó con todas las conquistas sociales del movimiento obrero, y eso pasó porque no había autonomía en los sindicatos respecto a los partidos políticos. Sería precisamente un valor a conquistar. Hemos estado subordinados.
Y hay otro problema: el de los dirigentes mesiánicos, que no generan una renovación y cuando ellos desaparecen parecería que queda la nada. Es un gran vicio latinoamericano.
-Decías que hay una crisis en la conciencia de clase.
-Es uno de los problemas más graves que tenemos, y que no hemos analizado lo suficiente. La clase trabajadora ha cambiado mucho, ya no es la clase homogénea del fordismo. Hoy es heterogénea, hay una emergencia de sectores medios, de trabajadores que no se sienten parte de la clase trabajadora.
Lo tecnológico ha impactado muchísimo: se puede trabajar desde un bar, desde la casa, por lo cual la fábrica o la oficina como lugares de encuentro están perdiendo importancia.
Se trata de trabajadores también, pero no tienen conciencia de serlo, y allí hay una labor importante a realizar.
Por otro lado, si los sindicatos se quedan en el trabajador formal y no van a buscar a los informales, a los que están en negro, a los jubilados, a los desempleados, a los marginados, van al muere.
En Argentina son ellos los que componen los movimientos sociales. En la medida que la sociedad moderna ya no garantiza ingresos suficientes es muy probable que estos movimientos sociales hayan venido para quedarse. El movimiento sindical no puede ignorarlos.
Son sectores que representan nada menos que a un tercio de la población y deben ser tomados en serio por el movimiento obrero. No van a desaparecer, porque no va a haber vuelta al pleno empleo tras el fin de la crisis.
-Hay un mayor trabajo es cierto. Son tiempos de crisis, donde las derechas han llegado a la mayoría de los gobiernos en América Latina y también en el mundo los intelectuales tienen un trabajo importantísimo y urgente para hacer.
Sin ir más lejos para denunciar lo que viene, que en realidad es más de lo de siempre. Le cambian los ropajes pero es lo mismo: a la flexibilidad laboral, a las desregulaciones, les pueden buscar otros nombres pero sieguen siendo lo que eran.
-No sé si hoy la gente tiene conciencia de todo lo malo que se hizo también desde las izquierdas.
-La ausencia de una autocrítica en la izquierda es algo instalado.
En lo que respecta a los gobiernos progresistas, desde mi punto de vista dejaron pasar 10 o 12 años que difícilmente se repitan. Era una época ideal, hasta por el número de países involucrados en la ola, para consolidar un estado de cosas distinto, y ahora, con muy poquito, la derecha está revirtiendo lo que se logró. Y va por más.
Ese es uno de los problemas: el de la conciencia. Los intelectuales debemos aportar análisis sobre lo que pasó, pero también, al mismo tiempo, producir un discurso de esperanza, porque si no estaríamos entregados.
Gran parte de la debilidad de muchos movimientos sociales es que se sienten derrotados, que aceptan como inevitable esto que viene. Yo me siento con ganas de luchar, a pesar de sentirme abrumado por lo que está pasando.
-La utopía y la esperanza han recibido golpes duros. Estas administraciones progresistas gobernaron en gran parte a espaldas de los movimientos sociales y en muchos países a espaldas de su propia historia.
-Sí, han sido golpes durísimos. Y es lo que estamos pagando ahora.
-Una de las cosas que debemos debatir es que se dejó de lado un principio fundamental: el de la independencia política de clase. En Brasil, en una época hacer una huelga bajo el gobierno de Lula era visto como una traición.
-En Argentina pasó lo mismo. En la nefasta época del menemismo se decía que Carlos Menem había llegado al poder bajo el escudo del peronismo y que el peronismo era el partido de la clase trabajadora en el país.
Menem arrasó con todas las conquistas sociales del movimiento obrero, y eso pasó porque no había autonomía en los sindicatos respecto a los partidos políticos. Sería precisamente un valor a conquistar. Hemos estado subordinados.
Y hay otro problema: el de los dirigentes mesiánicos, que no generan una renovación y cuando ellos desaparecen parecería que queda la nada. Es un gran vicio latinoamericano.
-Decías que hay una crisis en la conciencia de clase.
-Es uno de los problemas más graves que tenemos, y que no hemos analizado lo suficiente. La clase trabajadora ha cambiado mucho, ya no es la clase homogénea del fordismo. Hoy es heterogénea, hay una emergencia de sectores medios, de trabajadores que no se sienten parte de la clase trabajadora.
Lo tecnológico ha impactado muchísimo: se puede trabajar desde un bar, desde la casa, por lo cual la fábrica o la oficina como lugares de encuentro están perdiendo importancia.
Se trata de trabajadores también, pero no tienen conciencia de serlo, y allí hay una labor importante a realizar.
Por otro lado, si los sindicatos se quedan en el trabajador formal y no van a buscar a los informales, a los que están en negro, a los jubilados, a los desempleados, a los marginados, van al muere.
En Argentina son ellos los que componen los movimientos sociales. En la medida que la sociedad moderna ya no garantiza ingresos suficientes es muy probable que estos movimientos sociales hayan venido para quedarse. El movimiento sindical no puede ignorarlos.
Son sectores que representan nada menos que a un tercio de la población y deben ser tomados en serio por el movimiento obrero. No van a desaparecer, porque no va a haber vuelta al pleno empleo tras el fin de la crisis.