12
Febrero
2016

La dignidad ordena recordar

La memoria es el tribunal más confiable de los pueblos. No olvidar es su única garantía de justicia. Mantener viva la verdad es darle respiración a la dignidad.

En Montevideo, Gerardo Iglesias
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En la madrugada del 23 de enero de 1994, armas de la guerrilla de las FARC atacaron una fiesta popular en el barrio La Chinita, en Apartadó, Urabá. 35 pobladores y pobladoras dejaron allí sus vidas. En los años de plomo en Colombia, Urabá se descomponía entre la “masacre que acababa de ocurrir y a la espera de la siguiente”.
1993│Urabá│CHIGORODÓ
La inocencia en medio de la guerra
Carlos es un niño. Vive en Apartadó, uno de los principales municipios del denominado eje bananero de Urabá. Hace tres años que trabaja en el aeródromo de Chigorodó, la pequeña base aérea que une principalmente la región bananera con Medellín, la capital antioqueña.

Durante la semana Carlos va a la escuela medio día, pero los fines de semana lustra zapatos a los viajeros, dando el brillo que su vida no tiene.

Carlos le cuenta a Annette Kullenberg, una periodista sueca que realiza una investigación sobre la violencia en Urabá, cómo es su trabajo allí.

-Estoy bien, no me quejo. Aquí la gente no anda descalza, todos los que viajan llevan zapatos y siempre junto algo para mi familia. Si quiere puede sacarse los suyos y yo los puedo lustrar. No le costará nada, para las damas lustro gratis.

1993│Colombia
Maldita violencia
Escribió Eduardo Galeano: “En Colombia hubo, el pasado año, casi 26 mil asesinatos y dos mil secuestros. ¿Los colombianos son violentos por naturaleza, gente de gatillo alegre que los violentólogos deberían estudiar al microscopio? ¿O la porfiada violencia es hija del desprecio y de la desesperación?

¿Por qué cuando la economía crece, encoge a la gente? Las contradicciones sociales, en este país de ricos riquísimos y pobres pobrísimos, siguen siendo más explosivas que todas las bombas que cada día estallan en Medellín.

Así como el narcotráfico no nace de la oreja de una cabra, la guerrilla no viene de la boca del diablo.

Muchos de los crímenes son obra directa del terrorismo de Estado, que se alimenta de la impunidad oficial y del silencio cómplice de los medios dominantes de comunicación.

Las organizaciones de defensa de los derechos humanos acaban de publicar una detallada lista de 250 jefes paramilitares y cien oficiales de policía responsables de asesinatos, desapariciones, matanzas y torturas entre 1977 y 1991.

Sólo diez de ellos han sido sancionados. Los otros mandan”.

1994│Urabá
“Aquí nadie se salva”
En los años 90 en Urabá se mataba porque sí, porque no y por las dudas. Se mataba a los que estaban en algo y a los que estaban fuera del conflicto y, por si acaso, a sus familiares y amigos, también.

Nos dice Vera Grabe “…muertos por cuestiones de poder, por causas e ideas, por lealtad, por sobrevivir, por amor, por odio, o por nada. Y tal como sucede hoy en el mundo, acá los muertos los pone sobre todo la población civil…”

Urabá, perdida y olvidada en el noroeste colombiano, capitulaba ante la presencia y actuación impune de narcotraficantes, contrabandistas, guerrilleros y paramilitares y era en ese entonces la esquina más peligrosa del mundo, porque del fuego cruzado nadie se salva.

Estudios realizados en aquellos años donde la pólvora era el incienso en Urabá, señalaban que el 10 por ciento del total de su población había sido desplazado por la violencia, y que el 40 por ciento de los niños menores de 12 años había perdido un familiar en forma violenta en los últimos diez años.

1994│Urabá│La Chinita
La guerra contra los pobres que bailan
Colombia tiene el movimiento guerrillero de mayor edad del continente. Sus víctimas son cada vez más jóvenes. Es la guerrilla mejor armada del mundo, dedicada últimamente a asesinar a los que han decidido abandonar las armas y a los que nunca cargaron una.

El barrio La Chinita es un gran lodazal, un asentamiento de gente pobre proveniente de las plantaciones bananeras donde antes vivían. Allí todo es precario, y sobrevivir es un milagro.

Se acercaba el inicio del ciclo escolar y la dotación de útiles era una carga pesada para los magros ingresos de las familias trabajadoras. A algunos vecinos se les ocurrió hacer una fiesta y recaudar fondos.

Desde la tardecita del sábado 22 de enero, por todo el barrio se colaban los acordes de ballenatos y merengues.

A las 2:30 de la madrugada del domingo, en pleno baile, el Quinto Frente de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) puso punto final a la fiesta, a la música y la vida de 35 personas, entre ellas dos menores de edad.

A 22 años de la masacre: ¡Memoria! ¡Verdad! ¡Justicia! ¡Esperanza!

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Fotos: confidencialcolombia.com