La realidad es que, detrás del, pongamos por caso, glamour del turismo de lujo, de la masividad del turismo para lo que queda del “proletariado industrial” y de las proletarizadas “clases medias” y “medias-bajas”, del turismo cultural o de naturaleza, e, incluso, del de discoteca, borrachera o sexual, se esconde una realidad laboral muy canalla.
Los hombres, pero sobre todo las mujeres, que trabajan o han trabajado en la industria hotelera pueden afirmar con conocimiento de causa que a la mayoría no los azotan en sus centros de trabajo. No hace falta, pues la jornada laboral se infiltra en sus almas, según cuentan.
En los hoteles del mundo entero sigue siendo muy cierto aquello que hace ya más de 150 años escribió Karl Marx: “En la relación establecida entre el obrero y el capitalista, el obrero cede en un tiempo determinado su capacidad de trabajo y la cede en el sentido más riguroso de la palabra.
Es decir que durante un tiempo determinado su subjetividad, su trabajo ya no le pertenecen. El capitalista se comporta frente a la fuerza de trabajo como el comprador se comporta con relación a cualquier mercancía adquirida, o sea, dispone de una manera absoluta de su valor de uso”.