20
Marzo
2017
El nuevo escándalo de los frigoríficos brasileños
Carne podrida
Daniel Gatti
Foto: Gerardo Iglesias
JBS y BRF, los dos frigoríficos más importantes de Brasil, el mayor exportador del mundo de carne vacuna y aviar, están involucrados en un escándalo de venta de carne podrida con vastas ramificaciones políticas y que pone de manifiesto el estado de putrefacción de la política en el mayor país de América Latina.
Las dos empresas habrían pagado coimas a altos funcionarios del Ministerio de Agricultura para que permitieran la puesta en circulación de productos en mal estado, como salchichas rellenas de químicos cancerígenos, reses en estado de descomposición “acondicionadas” para su venta, carne de animales muertos por enfermedades…
Un combo putrefacto que puede hacer caer a otros dos ministros del presidente Michel Temer, los de Justicia, Osmar Serraglio, y Agricultura, Blairo Maggi, que se sumarían a otros ocho destituidos o renunciados por hechos de corrupción.
La Unión Europea y Estados Unidos comenzaron a considerar la posibilidad de suspender las importaciones de productos cárnicos provenientes de Brasil, lo que significaría un nuevo golpe a una economía que no se recupera de la recesión. Italia ya frenó el ingreso de una partida de carne que estaba contaminada.
Casi el 40 por ciento del mercado mundial de carne vacuna y aviar es abastecido por Brasil, fundamentalmente por las dos transnacionales incriminadas.
Los investigadores del escándalo sospechan que el ministro Serraglio, que apenas tenía poco más de una semana en el cargo cuando se reveló este caso, es uno de los que movía los hilos de esta trama, por sus vínculos con directivos de BRF y JBS.
Otro de los cabecillas sería el superintendente del Ministerio de Agricultura Daniel Goncálvez Filho, acusado en concreto de haber permitido la colocación de embutidos en mal estado nada menos que en comedores escolares.
“Numerosos niños de escuelas públicas del estado de Paraná merendaban con productos vencidos, dañados y a veces hasta cancerígenos, para responder a los intereses económicos de esta poderosa organización criminal”, dijo el comisario Mauricio Moscardi Grillo, uno de los responsables de la investigación policial.
Y un tercer probable implicado dentro del gobierno es el ministro Maggi, un megaempresario agrícola apodado en su momento “el rey de la soja”, uno de los puntales de un agronegocio que ha pautado la política económica brasileña, no sólo del actual gobierno sino también de los anteriores.
El dinero recaudado producto de los sobornos habría ido a parar en parte a las arcas del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, al que pertenecen tanto el presidente Temer como el ministro de Justicia, y al Partido Progresista, aliado del gobierno, ambos puntales del proceso que acabó con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Un combo putrefacto que puede hacer caer a otros dos ministros del presidente Michel Temer, los de Justicia, Osmar Serraglio, y Agricultura, Blairo Maggi, que se sumarían a otros ocho destituidos o renunciados por hechos de corrupción.
La Unión Europea y Estados Unidos comenzaron a considerar la posibilidad de suspender las importaciones de productos cárnicos provenientes de Brasil, lo que significaría un nuevo golpe a una economía que no se recupera de la recesión. Italia ya frenó el ingreso de una partida de carne que estaba contaminada.
Casi el 40 por ciento del mercado mundial de carne vacuna y aviar es abastecido por Brasil, fundamentalmente por las dos transnacionales incriminadas.
Los investigadores del escándalo sospechan que el ministro Serraglio, que apenas tenía poco más de una semana en el cargo cuando se reveló este caso, es uno de los que movía los hilos de esta trama, por sus vínculos con directivos de BRF y JBS.
Otro de los cabecillas sería el superintendente del Ministerio de Agricultura Daniel Goncálvez Filho, acusado en concreto de haber permitido la colocación de embutidos en mal estado nada menos que en comedores escolares.
“Numerosos niños de escuelas públicas del estado de Paraná merendaban con productos vencidos, dañados y a veces hasta cancerígenos, para responder a los intereses económicos de esta poderosa organización criminal”, dijo el comisario Mauricio Moscardi Grillo, uno de los responsables de la investigación policial.
Y un tercer probable implicado dentro del gobierno es el ministro Maggi, un megaempresario agrícola apodado en su momento “el rey de la soja”, uno de los puntales de un agronegocio que ha pautado la política económica brasileña, no sólo del actual gobierno sino también de los anteriores.
El dinero recaudado producto de los sobornos habría ido a parar en parte a las arcas del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, al que pertenecen tanto el presidente Temer como el ministro de Justicia, y al Partido Progresista, aliado del gobierno, ambos puntales del proceso que acabó con la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Você abusou
Un asadito para olvidar todo
El lunes 20 el parlamento debía discutir la formación de una comisión de investigación para investigar los lazos de Serraglio con las empresas frigoríficas.
La línea de defensa de Temer es tan poco sólida como el nombre que ha recibido la operación develada el viernes 17: “carne débil”.
Según argumenta, son “apenas” 21 los frigoríficos investigados sobre un total cercano a los 5.000 que operan en el país, y “sólo 33” los funcionarios detenidos.
El domingo el presidente escenificó un asado para “tranquilizar a los consumidores y a los mercados compradores” sobre la carne brasileña.
Invitó a miembros del gabinete, a empresarios y diplomáticos y él mismo posó para la foto comiendo carne, y luego intentó, en el palacio de Planalto, y junto al ministro Maggi, justificar lo sucedido ante los embajadores de los 33 países (Rusia, China, los de la UE, entre otros) que importan carne brasileña.
Las empresas, por su parte, se defendieron publicando avisos en la prensa y exhibiendo los “certificados internacionales” de los que gozan sus plantas para exportar su producción, incluyendo el frigorífico de pollos de BRF que ha sido clausurado por las autoridades sanitarias.
“Pero no es sólo la carne la que está podrida en Brasil. Está podrido el sistema político casi que en su conjunto, porque más allá de la carne el contubernio entre funcionarios del Estado y empresarios para negocios ilegales es de las cosas más comunes en este país”, decía el domingo un analista brasileño.
Dos de las mayores empresas involucradas en este nuevo megaescándalo, BRF y JBS, ya han protagonizado otros.
Directivos de JBS, por ejemplo, han sido acusados por haberse beneficiado del esquema de corrupción en Petrobras, investigado por la Operación Lava Jato, según recordó el comisario Mascardi, que fue parte de Lava Jato y hoy lo es de Carne Débil.
Con un detalle: ambas megaempresas se manejan con dinero público, a través de las jugosas subvenciones que han recibido y continúan recibiendo del estatal Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES).
La carne podrida, en resumen, ha sido producida con dinero de todos los brasileños.
De la misma manera que se sostiene indirectamente con dinero públicos otro megaescándalo que permanece casi invisible, salvo cuando sucede algún hecho tan fuerte que ya no puede ser ocultado: las condiciones de trabajo, en algunos casos denunciadas como análogas a la esclavitud, prevalecientes en los frigoríficos brasileños o en plantas que estas firmas poseen en el extranjero.
Y se trata de empresas gigantescas que emplean a miles de trabajadores en todo el mundo (200.000 JBS, 105.000 BRF) y ganan fortunas.
No necesitarían, en principio, caer en estas barrabasadas. Pero así es el capitalismo, estúpido.
La línea de defensa de Temer es tan poco sólida como el nombre que ha recibido la operación develada el viernes 17: “carne débil”.
Según argumenta, son “apenas” 21 los frigoríficos investigados sobre un total cercano a los 5.000 que operan en el país, y “sólo 33” los funcionarios detenidos.
El domingo el presidente escenificó un asado para “tranquilizar a los consumidores y a los mercados compradores” sobre la carne brasileña.
Invitó a miembros del gabinete, a empresarios y diplomáticos y él mismo posó para la foto comiendo carne, y luego intentó, en el palacio de Planalto, y junto al ministro Maggi, justificar lo sucedido ante los embajadores de los 33 países (Rusia, China, los de la UE, entre otros) que importan carne brasileña.
Las empresas, por su parte, se defendieron publicando avisos en la prensa y exhibiendo los “certificados internacionales” de los que gozan sus plantas para exportar su producción, incluyendo el frigorífico de pollos de BRF que ha sido clausurado por las autoridades sanitarias.
“Pero no es sólo la carne la que está podrida en Brasil. Está podrido el sistema político casi que en su conjunto, porque más allá de la carne el contubernio entre funcionarios del Estado y empresarios para negocios ilegales es de las cosas más comunes en este país”, decía el domingo un analista brasileño.
Dos de las mayores empresas involucradas en este nuevo megaescándalo, BRF y JBS, ya han protagonizado otros.
Directivos de JBS, por ejemplo, han sido acusados por haberse beneficiado del esquema de corrupción en Petrobras, investigado por la Operación Lava Jato, según recordó el comisario Mascardi, que fue parte de Lava Jato y hoy lo es de Carne Débil.
Con un detalle: ambas megaempresas se manejan con dinero público, a través de las jugosas subvenciones que han recibido y continúan recibiendo del estatal Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES).
La carne podrida, en resumen, ha sido producida con dinero de todos los brasileños.
De la misma manera que se sostiene indirectamente con dinero públicos otro megaescándalo que permanece casi invisible, salvo cuando sucede algún hecho tan fuerte que ya no puede ser ocultado: las condiciones de trabajo, en algunos casos denunciadas como análogas a la esclavitud, prevalecientes en los frigoríficos brasileños o en plantas que estas firmas poseen en el extranjero.
Y se trata de empresas gigantescas que emplean a miles de trabajadores en todo el mundo (200.000 JBS, 105.000 BRF) y ganan fortunas.
No necesitarían, en principio, caer en estas barrabasadas. Pero así es el capitalismo, estúpido.