22
Junio
2016
Mujeres de azúcar. Mujeres de la resistencia
En Montevideo, Gerardo Iglesias
Foto: Gerardo Iglesias
Convertidas ahora en fantasmas en las plantaciones de azúcar colombianas, las mujeres cortaban caña de azúcar cuando la tarea era menos severa y masacrante y la organización del trabajo y su ritmo no obligaban a cortar entre 12 y 14 toneladas diarias, como sucede en Brasil.
El cuerpo de los hombres se rebela y tampoco aguanta. Muchos mueren exhaustos en la profundidad del cañaveral y en el socavón polvoriento de un sistema sin ética donde la explotación ostenta sellos de responsabilidad empresarial y permisos para triturar gente y caña al mismo tiempo.
En 2005, en el Valle del Cauca, en Colombia, acorralados por la miseria y motivados por el desamparo, casi espontáneamente los cañeros dijeron basta y realizaron paros sorpresivos en varios ingenios.
Mínima era la organización, y mínimos fueron también sus logros. Pudieron expulsar a varios contratatistas, pero no a las Cooperativas de Trabajo Asociado, un mecanismo falaz, un fraude laboral que desconstruye la relación obrero – empleador, creando una dimensión donde no se sabe quién es quién.
Así, muchos hombres son explotados en el perímetro de un sistema perverso donde el explotador no tiene rostro ni obligaciones y los trabajadores “son socios” de la precariedad y el embuste.
En 2008 los principales ingenios colombianos entraron en huelga. El sindicato, Sinalcorteros, imprimió mayor disciplina que tres años atrás y el acatamiento de la medida fue generalizado.
Fueron 58 días y sus noches, rodeados de policías y abrazados por la solidaridad de la CUT, de Sintrainagro y la Rel-UITA y por buena parte de la población caleña y del Valle, que sabe del padecimiento de los corteros y del hollín de la quema de caña, que todo lo tiñe y se cuela como el agua.
La huelga, histórica, visibilizó la problemática laboral y comenzó a poner fin a la ajenidad de los empresarios en su relación con los trabajadores y sus reclamos.
La participación de las mujeres fue decisiva. Ellas volvieron a las plantaciones, donde las improvisadas carpas de los huelguistas surgieron como hongos.
Ellas fueron las responsables de la logística que permitió la sobrevivencia de la huelga. Y fueron ellas las que, en muchos casos, obligaron a sus maridos a sumarse a la medida sindical: “usted se va paי la huelga, y ahí se me queda hasta que esta vaina se acabe…”
Ahora las mujeres vuelven a estar en primera línea en cada marcha que se organiza para defender al sector azucarero, del cual dependen miles de familias del Valle del Cauca, porque es lo único que tienen, porque es lo único que hay.
Entre las mujeres y el azúcar se establece una lealtad trágica, en un mar de caña que no tiene orillas.
El cuerpo de los hombres se rebela y tampoco aguanta. Muchos mueren exhaustos en la profundidad del cañaveral y en el socavón polvoriento de un sistema sin ética donde la explotación ostenta sellos de responsabilidad empresarial y permisos para triturar gente y caña al mismo tiempo.
En 2005, en el Valle del Cauca, en Colombia, acorralados por la miseria y motivados por el desamparo, casi espontáneamente los cañeros dijeron basta y realizaron paros sorpresivos en varios ingenios.
Mínima era la organización, y mínimos fueron también sus logros. Pudieron expulsar a varios contratatistas, pero no a las Cooperativas de Trabajo Asociado, un mecanismo falaz, un fraude laboral que desconstruye la relación obrero – empleador, creando una dimensión donde no se sabe quién es quién.
Así, muchos hombres son explotados en el perímetro de un sistema perverso donde el explotador no tiene rostro ni obligaciones y los trabajadores “son socios” de la precariedad y el embuste.
En 2008 los principales ingenios colombianos entraron en huelga. El sindicato, Sinalcorteros, imprimió mayor disciplina que tres años atrás y el acatamiento de la medida fue generalizado.
Fueron 58 días y sus noches, rodeados de policías y abrazados por la solidaridad de la CUT, de Sintrainagro y la Rel-UITA y por buena parte de la población caleña y del Valle, que sabe del padecimiento de los corteros y del hollín de la quema de caña, que todo lo tiñe y se cuela como el agua.
La huelga, histórica, visibilizó la problemática laboral y comenzó a poner fin a la ajenidad de los empresarios en su relación con los trabajadores y sus reclamos.
La participación de las mujeres fue decisiva. Ellas volvieron a las plantaciones, donde las improvisadas carpas de los huelguistas surgieron como hongos.
Ellas fueron las responsables de la logística que permitió la sobrevivencia de la huelga. Y fueron ellas las que, en muchos casos, obligaron a sus maridos a sumarse a la medida sindical: “usted se va paי la huelga, y ahí se me queda hasta que esta vaina se acabe…”
Ahora las mujeres vuelven a estar en primera línea en cada marcha que se organiza para defender al sector azucarero, del cual dependen miles de familias del Valle del Cauca, porque es lo único que tienen, porque es lo único que hay.
Entre las mujeres y el azúcar se establece una lealtad trágica, en un mar de caña que no tiene orillas.