25
Octubre
2016
Argentina | Mujer | DDHH

Es duelo y es lucha

Julia Muriel Dominzain
20161025 Ni una menos 714
En Mar del Plata una adolescente de 16 años fue drogada, violada, y asesinada por empalamiento. Las mujeres argentinas hicieron paro y marcharon, un ritual que se replicó en varios puntos de la región, conmovida y unida ante lo brutal del hecho. Fue un paro político, en un país que ya lleva 226 mujeres asesinadas sólo este año pero donde el gobierno considera eliminar la unidad fiscal especializada en el tema.
El asesinato de Lucía Pérez fue el femicidio que lo rebasó todo. Quizá porque no hubo eufemismo: “paro cardíaco por empalamiento anal”. O quizá porque el movimiento de mujeres está más movilizado que nunca. Muy rápido, la idea del primer paro de mujeres se hizo enorme y hasta se replicó en Bolivia, Honduras, México, Uruguay y Chile, entre otros países.

El repudio a los femicidios y el duelo colectivo fueron algunos de los elementos convocantes.

Pero también una denuncia concreta, política: según la página web Economía Feminista, si el desempleo promedio en Argentina es de 9,3 por ciento, para las mujeres es de 10,5. Las mujeres ganan 27 por ciento menos que los varones y hacen 76 por ciento del trabajo doméstico no remunerado.

Desigualdad dentro de la desigualdad. “Si mi vida no vale, produzcan sin mí”, dijeron. E inundaron las calles.

A Lucía la asesinaron el sábado 8 de octubre en Mar del Plata. Mientras 90 mil mujeres debatían en el 31º Encuentro Nacional de Mujeres sobre el aborto, el ajuste económico, la educación sexual, la igualdad de derechos.

Mientras los medios ponían el “indignómetro” sobre las provocadoras pintadas que quedaron en las paredes de Rosario.

Mientras ellas denunciaban represión (hubo más de 30 heridos, gases lacrimógenos y balas de goma), y la policía “desmanes”.

Pasaron a buscarla cerca de las 10, cuando papá ya se había ido a su laburo. Y a las 15, cuando mi mamá llegó de trabajar, encontró el Facebook abierto en su computadora, junto al equipo de mate, porque sí, Lucía creía que iba a volver inmediatamente a su casa… Se la llevaron engañada”, escribió el hermano en una carta que publicó La Garganta Poderosa.

A la misma hora en que la mamá encontraba el mate, un hombre llevaba el cuerpo de la adolescente de 16 años a una salita y les decía a los médicos que se había desmayado por sobredosis. Las maniobras de reanimación no funcionaron. Más tarde descubrirían que el cuerpo había sido lavado para borrar las huellas de la violación.

La justicia detuvo e imputó a dos hombres por “abuso sexual seguido de muerte”. A un tercero lo acusó de encubrir. El crimen no está caratulado como femicidio.

Según reconstruyeron, esa mañana pasaron a buscar a Lucía con una camioneta azul y la llevaron a una casa. Ahí se (o la) drogaron y la violaron. Cuando allanaron el lugar, encontraron preservativos, “objetos que pueden haber sido utilizados para el sometimiento”, cucharas con cocaína y marihuana. La fiscal abrió otra causa por “venta de estupefacientes”.

Ese dato sirvió para que el fantasma de la víctima-culpable revoloteara, una vez más alrededor del femicidio. Igual que cuando en el verano, tras el asesinato de dos mochileras en Montañitas (Ecuador), un médico argentino le arrojó a las garras de la opinión pública el concepto de “víctimas propiciatorias”.

Parecido a cuando en setiembre de 2014 el diario Clarín tituló así una nota sobre el femicidio de Melina Romero: “Una fanática de los boliches, que abandonó el secundario”.

O cuando en marzo de 2015 el debate sobre el asesinato de Daiana García giró en torno a cómo estaba vestida. “Paren de joder con el puto short, hacía 30 grados”, dijo a Página 12 su mamá. Y agregó: “Los hombres andan en cueros y nadie les anda tocando el culo por ahí. ¿A las chicas sí? A las chicas sí”.

La desigualdad
“Víctimas propiciatorias”
En estos días hubo quienes (se) preguntaban: “Che, pero ¿da que una piba de 16 vaya a lo de dos pibes?”. ¿Recuerdan haber escuchado que se diga algo así en un caso de robo, extorsión, estafa, usura, usurpación?

Elegí como ejemplo delitos contra la propiedad tipificados en el Código Penal. Porque cuando de propiedad se trata, estamos claros. Pero cuando el objeto de la agresión es una mujer –por el solo hecho de serlo– nos ponemos confusos e incómodos.

Y a veces respondemos acusatorios, como alejándonos. Como para no imaginarnos que podríamos ser la víctima. O el victimario.

El capitalismo, ya sabemos, es desigualdad. La desigualdad, valga la redundancia, violenta. El combo explosivo atraviesa todas las relaciones sociales. Y ahí se organizan las víctimas y los victimarios preferidos de cada época.

Así como los pibes de los barrios asesinados por la policía no aparecen en los diarios salvo como “delincuentes abatidos”, las mujeres un poco se la buscan y las víctimas de la inseguridad son los verdaderos mártires.

Y como el amor que conocemos es capitalista, las relaciones tienen ese qué sé yo posesivo, celoso, acaparador. Romántico.

Cada vez que lo dudo escucho algún tango viejo (“Y de celos me cegué y le juro todavía, no consigo convencerme, como pude contenerme y ahí nomás no la maté”) o alguna bachata nueva (“No te asombres si una noche, entro a tu cuarto y nuevamente te hago mía, bien conoces mis errores, el egoísmo de ser dueño de tu vida, eres mía mía mía”).

Puede que por eso a los medios les cueste tanto la transición entre titular “crimen pasional” y animarse a poner “femicidio”.

Cuando se denuncia la “cosificación” de la mujer o se subraya la imagen mediática que se construye (competencia de culos en el verano), es porque si las mujeres somos mercancías, suena lógico que se nos pueda vender, comprar, cambiar, moldear, romper, enterrar, matar, empalar.

Daiana apareció en una bolsa de arpillera, Candela Rodríguez en una bolsa negra en la autopista, y Ángeles Rawson en un basurero de la ciudad.

Hasta el jueves 21 ya habían asesinado a 20 mujeres, sólo en octubre. En lo que va del año ya fueron 226.

Desde 2008 a 2015 (según La Casa del Encuentro), hubo 2.094 femicidios. En 2015, en la ciudad de Buenos Aires, hubo 32 homicidios con víctimas femeninas y más de la mitad fueron femicidios.

Los datos son de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres, un organismo que según el nuevo proyecto de ley del oficialismo quedaría eliminado del organigrama.

Paro de mujeres
La violencia de género, hecho político
Por eso, también, el paro es político. Mientras la Confederación General del Trabajo negocia con el gobierno un bono de unos 130 dólares en un contexto de altísima inflación y aumento de la desocupación, fueron las mujeres las que pararon.

El colectivo Ni una Menos nació como una maratón de lectura después del femicidio de Daiana, en marzo de 2015. En junio el cadáver de Chiara apareció enterrado en posición fetal y la consigna se viralizó. Convocaron a la marcha feministas militantes por el aborto, académicas, periodistas y Marcelo Tinelli. Y Susana Giménez.

Les creemos a todos: nadie quiere que maten mujeres. Tampoco nadie –ya a esta altura– se reconocería machista, no en voz alta, no orgulloso.

Es un avance. Quedan desafíos. Algunos se les pueden exigir a las autoridades: un registro de violencia de género oficial (tras la primera marcha, la Corte Suprema presentó uno), la educación sexual, o la prevención como la ley 26.485 indica.

Pero de otros tenemos que hacernos cargo, debatiendo. Lo más probable es que en muchas cosas no estemos de acuerdo.

Uno de los puntos polémicos del paro del jueves 21 fue qué rol les tocaba a los varones. Desde Ni una Menos sugirieron que podían ponerse a disposición para que las mujeres pararan, problematizar y “asumir un lugar secundario en la marcha”.

Muchos se sintieron expulsados. Algunos decidieron ir igual.

Los trabajadores de Atlántida reflexionaron: “Muchos de nosotros escribimos, diagramamos, retocamos, ilustramos (…) bajamos línea sobre un prototipo de mujer con el que no coincidimos. Somos responsables de las colas del verano, de los zoom enormes a las partes íntimas de doble página, de la mujer con cintura imposible de las revistas femeninas…”.

Pero la autocrítica no es un fardo para tirarle por la cabeza sólo a los varones. A todos nos cabe. Así como quien dice no tener ideología lo más probable es que sea liberal, quien no se hace preguntas sobre el género lo más probable es que actúe de modo machista.

Como en casi todos los sentidos: si no nos cuestionamos, lo más probable es que vivamos del modo hegemónico. Por eso las mujeres a veces también somos machistas.

Una delicada ilustración de Ni una Menos invadió cientos de fotos de perfil. Muchas se sintieron identificadas. Otras lo criticaron: no somos rosas, no nos representan los corazones. Es que, festejemos que para eso peleamos, no hay una definición única de identidad de género. Tampoco un instructivo sobre cómo cambiar la desigualdad en el mundo. Vale debatir.

Muchos sindicatos adhirieron. Las mujeres pararon desde las 13 a las 14 y se movilizaron a las 17. Fueron cuadras enteras de paraguas de colores. Debajo, mujeres de negro marchaban, empapadas por la lluvia.

Los datos de la Cepal coinciden en que la mujer está sobrerrepresentada entre las personas en situación de pobreza y que sus tasas de desempleo son superiores a las de los hombres.

En el documento preparado para la XIII Conferencia Regional sobre la Mujer, de la semana que viene, en Montevideo, la pregunta es cómo combatir la pobreza con igualdad de género.

Respecto de los límites de la inserción laboral, dicen que hay una suerte de “techo de cristal” que traspasar.

En una de las últimas fotos que compartió en Facebook, Lucía Pérez citó “Canción para mi muerte”, de Sui Generis: “Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal”.

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Fotos: Nelson Godoy

(Convenio  Brecha-Rel-UITA)